La Gran Familia
Venía todos los años en este tiempo. Era el Cine de Vacaciones, la programación especial que nos ofrecía TVE, la mejor que había por ser la única. Cine en glorioso blanco y negro en 18 pulgadas del viejo “Marconi”. A todos nos conmovió –como hoy en día nos sigue conmoviendo y sálvese quien pueda- la GRAN FAMILIA…una familia española inverosímilmente numerosa, a la que pertenecimos aquellos que nos vimos reflejados en cualquiera de sus entrañables personajes: El padre, pluriempleado, que a fuerza de horas extras, atrasos y extras por puntos, conseguía mantener a la tropa, aunque tuviese que utilizar un chupete en lugar de goma de borrar. La madre feliz y enamorada, que disfrutaba viéndolos sanos, regateando con el frutero, mientras “Chenchu”, mangoneaba cerezas del puesto. El Abuelo, inolvidable personaje bordado –por enésima vez- por el genial Paco Isbert, con su voz apesadumbrada y rota, luchando como un niño más con la tropa, unas veces intercambiando galletas en el colosal desayuno y las más actuando de general en jefe de sus continuas travesuras. El Padrino, sin palabras, sencillamente inconmensurable en su papel de socio capitalista intendente de la prole…no podía ser otro que López Vazquez, el gruñón impenitente capaz de endulzarles la vida aunque fuera a costa de su negocio ó cargar con los gastos de los trajes de primera comunión de sus ahijados. Estaban también –como no podía ser menos- los hijos mayores; el varón brillante en sus estudios, serio y responsable y la hembra en su calidad de hacendosa señorita de acuerdo con los cánones sociales del régimen de la época. Sin faltar los complementarios gemelos: Rómulo y Remo; el deportista, , la soprano, el tarambana en los estudios, la coqueta que embelesaba a los carcamales profesores y –como nó- el peligro público número uno de Créspulo, con su arsenal de petardos teledirigidos.
Poco más, cabe sobre esta entrañable película que llegaba a nuestros hogares de patios y casas de vecinos, tras la cantinela de la luminosa mañana de los Niños de San Ildefonso, para juntarnos en familia en torno a la confortable camilla del cisco-picón. Parece mentira que a estas alturas de la vida, aún se nos encoja el alma con el pellizco de la emoción, sobre todo en su última parte, cuando “Chenchu” se desprende –en un descuido- de la mano del Abuelo y comienza el drama de su desaparición. Naturalmente con final feliz, como no podía ser de otra manera, en aquellos tiempos en los que necesitábamos tan poco para sentirnos en Paz. FELICES FIESTAS de Cine.
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