CINE CAMPOAMOR
Era un Viernes de Dolores, cuando la ví, la última película que me ató a la butaca con tal atención y absortismo que no varié de posición, durante los 200 minutos de proyección. Desde la impactante atmósfera del huerto de los olivos, hasta las doradas escenas del cenáculo, pasando por los contraluces magistrales de una fotografía exquisitamente policromada, hasta los planos más repugnantes y sórdidos de su recalcitrante realismo, me sentí espectador en toda la extensión de la palabra cuando contempla y queda prendado de un auténtico espectáculo. Reconocí en este film, la belleza que tanto tiene que ver con la muerte, cuando la eleva a obra de arte, quedé envuelto en la armonía de una banda sonora, que sin alterar las escenas, brillaba en la luz propia de su radiante melodía; escuché la palabra de Dios en Arameo, tan dulce como emotivo en su origen y un glorioso latín, esculpido en la frase del Gobernador Poncio: Quid est veritas. Muchas imágenes veneradas, pasaron por la mente, reflejada en los planos de la escalofriante escena del pretorio -columna y Azotes (Cigarreras); Jesús con la Cruz al Hombro (Valle); la Expiración (Cachorro) y los Siete Dolores (Servitas). Por cierto, los inefables dialogos entre el Hijo y la Madre, indescriptibles. En fin que la PASION, al margen de credos y convencionalismos, consiste en reconocer lo que está bien hecho y en el caso de esta película, creo que está fuera de toda duda.
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