Quien te pudiera robar hoy, aquel beso de deseo que todos nos dejamos en la gran pantalla del Cine Delicias; ese sueño de rozar tus mejillas -cual pétalos de rosa- confundida por la fragancia de los jazmines que se derramaba en la noche de los cines de verano. Deslumbrados estamos aún, por tu espectacular aparición en el trono de la diosa cleopatra; fascinados por la cortina de tul, que envolvía tu minúscula escultura de nácar; el carmín jugoso, frugal ambrosía deseada por las copas de los príncipes romanos. Nunca se llevó bién contigo, el papel de mujer fatal; aunque tu amado Marco Antonio perdiera la razón, con el vino amargo de tu frivolidad de reina. Eterna gata de los ojos violetas, de nada te sirvieron tus maullidos en el ardiente lamento del tejado de cinc. Combinación de seda con tu care de virgen buena; de mujercita dulce, capaz de empequeñecer el Gigante empecinado de Texas. Adios, divina, señora comprometida con la fatal enfermedad del innombrable. El mundo -dicen- tus seres queridos, fue mucho mejor, durante tu existencia. Gracias por el amor y la magia que dejaste para siempre en la Pantalla de mi Cine Delicias.
